Antes de adentrarse en el segundo caballo shakesperiano de esta serie, quiero contar una circunstancia biográfica del más grande dramaturgo de todos los tiempos. Algo que justifica de sobra la gran pasión "caballeril" que se palpa en cualquiera de sus obras... e incluso la escena cumbre del Ricardo III comentada en el capítulo anterior ("¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!").
¿Por qué y de dónde le venía o le vino al gran Shakespeare su amor a los caballos? ¿Y cómo llegó a conocer tan bien las distintas clases y razas equinas?... Confieso que estas interrogantes fueron para mí durante un tiempo como un misterio, pues no me encajaba que un escritor de ciudad ensimismado en el conocimiento del alma humana pudiese ser al mismo tiempo un experto en caballos (lo que demuestra claramente en la escena VII del tercer acto de Enrique V...). Hasta que descubrí estas palabras en las páginas de uno de sus biógrafos:
"Cuando arribó a Londres -escribe Theofilus Cibber- hallábase sin dinero ni amigos; y, como forastero, ignoraba a quién ni a qué acudir para sustentarse. Como no se usaran coches en aquel tiempo, tenían por costumbre los hidalgos ir a caballo al teatro. Shakespeare, que se encontraba sumamente pobre, púsose a la puerta del edificio, y allí se procuró algún dinero guardándoles los caballos mientras duraba la función. Tan diestro y diligente se mostró en la guardería, que al poco tiempo le fue imposible acudir por sí solo a los muchos caballos que se le confiaban. Entonces dio en pagar a algunos muchachos que le ayudasen, y que en seguida fueron conocidos por los muchachos de Shakespeare..."
Ya, ya sé que la crítica moderna y los más concienzudos "especialistas en Shakespeare" no consideran seria esta "leyenda" y argumentan con su "formación campera" durante la infancia en Stratford o su innata predisposición a todo lo "natural" (plantas, animales domésticos, pájaros, reptiles, etcétera...); pero, a mí me sirve. Sobre todo conociendo al personaje y sabiendo la pasión que ponía en cuanto ocupaba su mente un solo instante. ¿No es cierto también que nadie ha podido demostrar su presencia en España y que, sin embargo, sus obras están llenas de palabras en castellano e incluso de clases de vinos españoles?... Cinco años de "guarda de caballos" justifican muy bien su posterior amor a los mismos y su experiencia al describirlos..., aunque nos cueste aceptar que el gran Shakespeare sólo fue un "cuidacaballos" durante todo un lustro.
Al final de la tragedia de Ricardo II, cuando el rey ha sido ya depuesto y está a punto de morir, Shakespeare escribe esta bella escena:
PALAFRENERO. -¡Salve, príncipe real!
REY RICARDO. -¡Gracias, noble par!... ¿Quién eres y cómo vienes aquí, adonde nadie se acerca, excepción del sombrío perro de guardia que me trae el alimento para permitir que viva en mi infortunio?
PALAFRENERO. -Yo era un pobre palafrenero de tus cuadras, rey, cuando reinabas; y viniendo de viaje a York, después de muchas dificultades, he obtenido, al fin, el permiso de poder contemplar el rostro del que fue mi real amo. ¡Oh! ¡Cómo sangraba mi corazón cuando contemplaba el día de la coronación a Bolingbroke (1) montado sobre el roano Barbary, aquel caballo que con tanta frecuencia montabais, aquel caballo que yo domé tan cuidosamente!
REY RICARDO. -¿Montaba a Barbary? Dime, gentil amigo: ¿qué aire ofrecía el caballo debajo de él?
PALAFRENERO. -Tan orgulloso que parecía desdeñar la tierra.
REY RICARDO. -¡Tan orgulloso de llevar en sus lomos a Bolingbroke! Ese rocín había comido el pan de mi real mano; esta mano fue la que con sus caricias le dio aquel orgullo. ¿No pudo haber dado un paso en falso? ¿No pudo arrojarle al suelo (ya que el orgullo debe caer) y haber roto el esternón del hombre orgulloso que usurpaba su lomo? ¡Perdón, caballo mío! ¿Por qué hacerte reproches, ya que tú, creado para ser dominado por el hombre, has nacido para llevarlo? No fui yo hecho caballo, y a pesar de ello soporto mi carga como un asno espoleado y rendido por el picador Bolingbroke.
Lo que demuestra, mejor que ninguna teoría, que Shakespeare conocía y amaba a los caballos... porque mucho hay que amar a un caballo para pedirle ese perdón que el rey lanza a Barbary sólo por haber dudado de él. Además le califica de "roano" (o "ruano")... Es decir, que sabe que el color clasifica y distingue a los equinos (2)..., y nos dice que le ha dado de comer en su mano y que a sus caricias se deben el orgullo y la altanería. Después Shakespeare introduce esa palabra de picador y uno ya se queda sorprendido, pues ello hace pensar que en 1595 el escritor sabía y conocía la suerte del picador al estilo español.
En otro lugar de la misma obra, Shakespeare hace caracolear a este Barbary en público y de sus palabras se desprende no sólo admiración, sino alegría. Tanta o más alegría que el Delfín de Francia muestra cuando en Enrique V dice, refiriéndose a su caballo: "¡Qué larga es esta noche! No cambiaría mi caballo por ningún otro que marche a cuatro patas. ¡Ah, es el caballo volador, es Pegaso que echa fuego por las narices! Salta sobre la tierra como si sus entrañas fuesen ligeras como estopas. Cuando le monto, me remonto, soy un halcón. Hace trotar al aire. La tierra canta cuando la toca. El cuerno vil de su herradura es más musical que la flauta de Hermes"...
"Su relincho -dice el real personaje- es como el manto de un monarca, y su marcha arranca la admiración".
(1) Enrique de Lancaster y Hereford reinó más tarde como Enrique IV y a él le dedicó Shakespeare dos de sus tragedias históricas.
(2) Por el color de su pelo hay caballos albinos, blanco mate, gris muy claro, gris hierro, overo, armiño, bayo, bayo dorado, moteado, gris pizarroso, ruano moteado, gris aterciopelado, bayo claro, alazán dorado, alazán claro, gris bayo, gris sucio, isabelino, gris pomelo, ruano tostado, ruano canela, alazán, alazán cobrizo, alazán crin degradada, pardo dorado, bayo castaño, ruano vinoso, ruano oscuro, lazán oscuro, alazán tostado, pardo pálido, pardo rojizo, pardo claro, negro, negro de verano, negro opaco, negro brillante, negro azabache... y etcétera.
Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino, 1996. Págs. 148-150.
Para saber más:
Nota importante:En el post de abajo cometí un error al poner un vídeo que no tiene nada que ver con el Turf. Ya he rectificado y ya se puede ver..., mis disculpas.
Un saludo.