Indudablemente, la historia del caballo es tan antigua como la historia del hombre, a pesar de que no sepamos cómo se llamaban los animales que montaban Adán y Eva para recorrer el Paraíso ni cómo era la "pareja" de equinos que Noé encerró en su barca cuando lo del Diluvio Universal.
La primera mención del caballo que se hace en la Biblia está en el Génesis y en torno al famoso José de las siete plagas de Egipto. "Acabado el dinero del país de Egipto y del país de Canaán -se lee en el texto bíblico- vinieron todos los egipcios a José, diciendo: "Danos pan. ¿Por qué hemos de morir en tu presencia? Pues el dinero se ha agotado". Entonces contestó José: "Entregad vuestro ganado, y os lo daré por vuestro ganado, si es que se ha acabado el dinero." Trajeron, pues, sus ganados a José, y José les dio pan a cambio de caballos y de rebaños de ovejas y de vacas y de asnos...". Lo que quiere decir que dos mil años antes de Jesucristo el llamado "pueblo de Dios" ya conocía el caballo y se servía de él para las tareas agrícolas y domésticas. Bueno, o al menos los egipcios así lo hacían.
Después, en el Éxodo, puede leerse cómo el faraón de Egipto persigue a los israelitas con toda su caballería, y los "sucesos" del mar Rojo. "Entonces Moisés -dice- y los hijos de Israel cantaron este cántico a Yahvé." Dijeron así:
Cantaré a Yahvé
por su altísima gloria;
arrojó al mar al caballo y su jinete.
Yahvé es mi fortaleza
y el objeto de mi canción.
Él me ha salvado;
Él es mi Dios a quien celebraré,
el Dios de mi padre, a quien he de ensalzar.
(Este pasaje del paso del mar Rojo y lo que Yahvé hizo con los carros y los caballos egipcios puede leerse también en el Deuteronomio... cuando los israelitas caen en la infidelidad.)
Por cierto, que en este mismo libro sagrado se dice también esto: "Entrado que hubieres en el país que Yahvé, tu Dios, te va a dar, y si después de haberlo tomado en posesión para habitarlo, dijeres: "Yo quiero poner sobre mí un rey, como lo tienen todas las naciones que me rodean", pondrá sobre ti por rey solamente a aquel que Yahvé, tu Dios, elija; establecerás por rey sobre ti a uno de en medio de tus hermanos; no podrás poner sobre ti un extranjero que no sea hermano tuyo. Pero no tenga para sí muchos caballos, ni haga volver al pueblo a Egipto para tener más caballos, pues Yahvé os ha dicho: "No volváis nunca jamás por este camino".
Esta "prohibición" de multiplicar la caballería nace del deseo divino de poner el amor sobre la fuerza..., como puede verse en los versos del Salmo 32 del otro libro bíblico:
No vence el rey por un gran ejército;
el guerrero no se salva por su mucha fuerza.
Engañoso es el caballo para la victoria,
pues todo su vigor no salvará al jinete.
Con todo, después del tiempo de David, los caballos se volvieron más comunes en Palestina y se generalizó su empleo en la guerra. Hasta el punto de que en el Libro de Job puede leerse la mejor descripción antigua del caballo de guerra. Ésta:
¿Das tú al caballo la valentía,
y revistes su cuello con la airosa melena?
¿Le enseñas tú a saltar
como la langosta,
a esparcir terror
con su potente relincho?
Hiere la tierra,
orgulloso de su fuerza,
y se lanza al combate,
riéndose del miedo;
no se acobarda,
ni retrocede ante la espada.
Si oye sobre sí el ruido de la aljaba,
el vibrar de la lanza y del dardo,
con ímpetu fogoso sobre la tierra,
no deja contenerse
al sonido de la trompeta,
dice. ¡Adelante!;
huele de lejos la batalla,
la voz de mando de los capitanes,
y el tumulto del combate...
Pero en la Biblia hay más caballos, especialmente los caballos de la "ficción simbólica": los del profeta Elías ("Mientras seguían andando y hablando, he aquí que un carro de fuego y caballos de fuego separaron al uno del otro y subió Elías en un torbellino al cielo", Libro de los Reyes); los del enviado celeste a Heliodoro, el ministro de Hacienda del rey Seleuco de Asia ("mas el espíritu del Dios todopoderoso se hizo allí manifiesto con señales bien patentes, en tal conformidad que, derribados en tierra por una virtud divina cuantos habían osado obedecer a Heliodoro, quedaron como yertos y despavoridos. Porque se les apareció montado en un caballo un personaje de fulminante aspecto y magníficamente vestido, cuyas armas parecían de oro, el cual, acometiendo con ímpetu a Heliodoro, le pateó con los pies delanteros del caballo", Libro de los Macabeos); los de los cinco personajes misteriosos que combaten junto a Judas Macabeo, el libertador judío ("mientras se estaba en lo más recio de la batalla vieron los enemigos aparecer del cielo cinco varones montados en caballos adornados con frenos de oro, que servían de capitanes a los judíos"); el del arcángel san Gabriel ("mientras que iban marchando todos con ánimo denodado se les apareció, al salir de Jerusalén, un personaje a caballo, que iba vestido de blanco, con armas de oro y blandiendo la lanza. Entonces todos a una bendijeron al Señor misericordioso y cobraron nuevo aliento, hallándose dispuestos a pelear no sólo contra los hombres, sino hasta contra las bestias más feroces, y a penetrar muros de hierro"), y por último, los caballos del Apocalipsis. Pero de éstos y de cuanto escribe san Juan, así como del famoso caballo que montaba san Pablo el día de su conversión, yendo camino de Damaso, hablaremos en los siguientes capítulos.
Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino, 1996. (Págs. 51-54.)
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