¿Qué fue el Sol para los pueblos primitivos y los de la antigüedad clásica? ¿Cómo vieron el "fenómeno solar", por ejemplo, los sumerios, los persas, los griegos, los egipcios, los romanos, los incas o los vikingos?... ¿Y cuáles fueron los caballos del Sol?
En primer lugar, y sin entrar en profundidades, hay que recordar algo evidente: que el Sol, como la Tierra, el Mar, el Día, la Noche y otros fenómenos naturales, está presente en casi todas las religiones primitivas o es protagonista de las "mitologías"..., pues ahí están para demostrarlo el dios griego Helios, los egipcios Horus y Ra, el sumerio An, los aztecas Nanahuatzin y Teccuciztecatl, los hijos del Sol incas, el matrimonio del vikingo Odín con la Noche, etcétera.
Según la mitología griega -y la Teogonía de Hesíodo-, Helios (el Sol) fue engendrado por Hiperión, uno de los Titanes, y la titánide Basilea, y era hermano de Eos (la Aurora) y Selene (la Luna). Zeus respetó su divinidad al transformarse en el Dios del Cielo y la Tierra y señor del Olimpo. Los griegos le representaron siempre como un auriga con el disco solar a su cabeza y montado en un hermoso carro del que tiran cuatro caballos (como puede verse en el bajorrelieve del templo de Atenea de Ilium)... Es decir, Eritreo, Acteón, Lampos y Filogeo. O sea, los cuatro corceles que simbolizan la órbita solar, porque el primero es "el sol naciente"; el segundo, "la aurora radiante"; el tercero, "el mediodía resplandenciente y deslumbrante", y el cuarto, "el sol poniente". Gracias a estos caballos, Helios podía cruzar el horizonte cada día desde el amanecer hasta la llegada de la noche. Otra leyenda asegura que Helios robó un día los cuatro mejores animales de las cuadras divinas del Olimpo, envidioso de Zeus, y que el Señor de los dioses le castigó dejándole doce o más horas sin poder alguno... y teniéndole que prestar su luz a su hermana Selene, la Luna.
Pero tal vez sea más bella la leyenda de la mitología vikinga sobre los caballos del Sol. Leyenda que en parte recojo del texto de Brian Branston:
Según, parece, existió en los tiempos más remotos un gigante, de nombre Narfi, que tenía una hija hermosísima llamada Noche, la cual no se parecía en nada a las mujeres vikingas, por su tez oscura y su cabello moreno, aunque era incluso más bella cuando se adornaba con brillantes estrellas su larga cabellera. Noche se casó tres veces: la primera con Oscuro, de quien tuvo un hijo a quien puso de nombre Espacio; la segunda con Odín, de quien tuvo una hija: Tierra..., y la tercera con Alba, de quien le nació su hijo Día.
Entonces los dioses decidieron dividir el Día en dos partes de aproximadamente doce horas cada una, o sea, una parte de luz y otra de oscuridad..., y dieron a Noche y su hijo Día un carro a cada cual, amén de un par de caballos, y los enviaron allá arriba, a los cielos, para ir circulando en derredor de la Tierra, uno tras del otro, una vez cada veinticuatro horas. Noche marcharía delante, con su carro y sus dos caballos: Espacio Ancho y Crines de Escarcha. Inmediatamente detrás, siempre pisándole los talones, iría Día, montado en su carro y arrastrado por sus dos corceles: Crepúsculo Matutino y Crines Resplandecientes.
Pero por encima de ellos iría el resplandeciente y juguetón Sol, también montado en carro de luz y arrastrado por los hermosos y potentes caballos Madrugador y Supremo... Hasta que un día Sol se enamoró de Noche y la poseyó durante seis meses. Desde entonces los días ya no fueron de veinticuatro horas y Sol y Noche se repartieron el año.
Existe, sin embargo, otra leyenda nórdica que centra la carrera del Sol y la Luna por el firmamento no sólo en el hecho de ser arrastrados por espléndidos y poderosos caballos, sino en la persecución brutal que sufren desde el principio de los tiempos... por los gigantes nacidos en forma de lobos. Las profecías afirman -según esta leyenda- que, al cabo, dos de estos lobos saltarán sobre el Sol y la Luna y se los comerán junto con los caballos que arrastran sus carros. Entonces, ese día, la cúpula del firmamento se teñirá de rojo y se oirá el último aullido de la vida.
Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino (1996). Págs. 35-36.
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