Terminado el oficio, el heraldo del Toisón de oro exclama:
-- ¡El Rey ha muerto!
Otros cuatro heraldos repiten el conjuro y se arrodillan. Entonces el heraldo primero vuelve a levantar la voz:
-- ¡Carlos de Austria!
-- ¡Presente! -responde el niño a media voz.
-- ¡Nuestro Rey vive! ¡Viva el Rey! -dice el heraldo.
Y entrega a Carlos una espada en una vaina de oro y le quita la capa de luto. El príncipe arma caballeros a sus pajes, arrodillados. Es el comienzo de un reinado de cincuenta años que dejará huellas imborrables en la Historia..."
Pero lo que no dicen los biógrafos, en este caso Philippe Erlanger, es que a esa edad el príncipe Carlos era ya mejor jinete que muchos de sus caballeros y un apasionado de los caballos. Como tampoco se entretendrán en hablarnos de sus animales preferidos... Quizá porque en la vida de Carlos V sobran los acontecimientos históricos, las grandes gestas, las batallas decisivas y los hechos imperiales.
Pues no hay que olvidar que -como dice Salvador de Madariaga- "este gran emperador fue al mismo tiempo el último de los herederos de Carlomagno, y el precursor de los europeístas de hoy" y que con él y en él arranca aquel gran imperio español en el que nunca se ponía el sol. Ni que durante su reinado exploren y conquisten Hernán Cortés, México; Legazpi y Urdaneta, las Filipinas; Pizarro, el Perú; Quesada, la nueva Granada, hoy Colombia; Cabeza de Vaca, desde Brasil al Paraguay; Hernando de Soto, la Florida, el Arkansas y el Mississipi; Vazquez Coronado, el Oeste americano y el cañón del Colorado; Ayolas e Irala, los Andes; Orellana, el Amazonas... y etcétera.
Porque la verdad es que en la vida de Carlos I de España y V de Alemania todo es grande, grandioso mejor, épico, casi infinito. Tanto que sus "interlocutores históricos" se llaman Enrique VIII, Francisco I, Barbarroja, Clemente VII, Martín Lutero, Hernán Cortés (aquel que le conquistó México con 500 hombres y 16 caballos), Francisco Pizarro, el duque de Alba... y el Tiziano.
Sí, el Tiziano, nuestro Tiziano, porque a la hora de hablar del caballo de Mühlberg rápidamente salta a la palestra el gran retrato ecuestre del gran pintor veneciano del Museo del Prado.
Pero sigamos un orden lógico. ¿Quién era ya en 1547 aquel niño que vimos vestido de negro sobre un caballo negro? Y ¿qué sucedió en Mühlberg, junto al río Elba?... Naturalmente llegados aquí lo mejor sería reproducir las páginas de las Memorias del propio Emperador, ya que nadie como él pudo contar lo que fue aquella guerra contra los protestantes y el final de Mühlberg.
"Cuando el emperador recibió, pues, el aviso que esperaba, dio orden de avanzar a los soldados húngaros, a la caballería ligera y a todas las fuerzas de vanguardia, con las cuales se encontraba el duque Mauricio, que mandaba personalmente el duque de Alba. En cuanto a sus Majestades, tras dejar en el campamento una guarnición suficiente, les siguieron inmediatamente con su cuerpo de Ejército, y lo hicieron tan diligentemente que, tres leguas más allá, consiguieron reunirse con las tropas enviadas por delante..."
Digamos, sin embargo, que aquel niño apasionado por los caballos era ya el monarca más poderoso del mundo y que sus reinos abarcaban España, Italia, los Países Bajos, Alemania, Austria, Checoslovaquia, Suiza y el Nuevo Mundo. El emperador que había tenido prisionero al rey de Francia (aunque curiosamente no estuviese en Pavía), que había tomado Roma y que había sido coronado por el Papa. El mismo que se había enfrentado a Lutero para evitar el gran cisma de la Iglesia católica y el que provocaría el concilio de Trento.
Bien es verdad que por los días de Mühlberg Carlos V es también ya un hombre enfermo y víctima de la gota, desilusionado y triste, que viaja más en litera que a caballo y que piensa en Yuste. Lo cual no le impide que ese día memorable (24 de abril de 1547) se vista de rojo y oro, los colores de Borgoña, y monte a Determinado con el ímpetu y la maestría adquiridos en los caminos de Europa.
Fue entonces cuando a imitación de Julio Cesár dijo estas palabras:
-- ¡He venido, he visto y Dios ha triunfado!
Tiziano Vecellio le pintó en Augsburgo después de la batalla y con el tono de naturalidad tan propio de su estilo. En el retrato Carlos V aparece con toda su majestad y en actitud belicosa, aunque no tanta como el caballo cuando se dirige a algún lugar de peligro. Según la leyenda ese día de Mühlberg se produjeron dos milagros: el descubrimiento del vado en el Elba que permitió el paso de las tropas imperiales sin que lo supieran los luteranos y, por tanto, la victoria... y el hecho mismo de que el emperador se sostuviese sobre Determinado en pleno ataque de gota. Afortunadamente, y para que quedase constancia de ello, "allí" estaban Tiziano y sus pinceles de oro y grana.
Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino. Ed. Compañía Literaria, S.L., 1996. Páginas: 185-187.
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