Después de Guadalate -y dada la ruina que vivía la monarquía visigoda-, Tarif, el jefe de aquel primer ejército árabe, quedó dueño y señor del campo de batalla y libre para conquistar Andalucía y España entera... porque lo que había quedado en la retaguardia de don Rodrigo todo era una mezcla de descontento, división y apatía.
Así que sin pérdida de tiempo, e incluso contraviniendo las órdenes de su jefe inmediato, el gobernador de Marruecos, Musa ben Nusayr, lanzó a sus jinetes hacia el interior en dirección norte. Primero hasta Écija, donde se había refugiado parte del deshecho ejército cristiano (el grueso de los vencidos llegó huyendo hasta Mérida); después, hacia Córdoba, a la que ni siquiera dio categoría personal y mandó ocuparla al liberto Mugith (octubre del año 711), y en línea directa hasta Toledo, la capital del reino visigodo, que cayó en su poder sin resistencia alguna, quizá por la huida del primado de la Iglesia española, el obispo Sinderedo, y toda la nobleza y sus gentes.
Según la leyenda -y casi todo es leyenda en estas páginas de nuestra Historia-, Tarif entró en Toledo montado en su caballo al-Lakko ("el del lago") y al frente de su ya famosa caballería. Naturalmente, de aquel caballo apenas han quedado noticias fidedignas, pero todo hace suponer que era de origen bereber y tal vez "nieto" de los llamados "caballos del desierto". Otras leyendas aseguran que Tarif, ya ensoberbecido por sus victorias relámpagos, tuvo la osadía de entrar en el palacio real y subir hasta las dependencias de la reina Egilona (la mujer de don Rodrigo) sin bajarse de su también arrogante e indómito caballo.
Pero la Historia no se detiene en estos detalles. Sí lo hace, en cambio, en lo que sucede a su alrededor. Se sabe, por ejemplo, que inmediatamente después de Guadalate llegó a España un segundo ejército árabe, ya mandado por el propio gobernador de Marruecos, el general Musa ben Nusayr, y que fueron estas tropas (12.000 jinetes y 6.000 soldados de a pie) las que tomaron Sevilla y Mérida antes de encontrarse con los dominadores de Toledo. Musa tomó entonces el mando general e incluso castigó a Tarif golpeándole con su látigo por no haber cumplido fielmente sus órdenes de esperarle junto a la costa (o tal vez, dicen otras fuentes, por orgullo y envidia). A partir de ese momento comenzó realmente la conquista de España, pues los jinetes árabes y sus monturas parecían empujados por el viento en todas direcciones: Guadalajara, Zaragoza, Burgos, León, Galicia, Granada, Almería, y lo que andando el tiempo sería Cataluña fueron cayendo bajo el imperio de la Media Luna apenas sin lucha.
Después, ya en el año 714, Musa fue llamado a Damasco por el califa Al-Walid para "rendir cuentas" y con él viajó asimismo Tarif (aquí habría que extenderse para concretar si fue Tarif ben Malluk o Tarif ben Ziyad, los dos personajes clave en la batalla del Guadalate), quedando en España como "emir dependiente" Abd-al-Azizibn Musa (es decir, el hijo del general Musa), con la doble misión de terminar la conquista y pacificar las tierras ya dominadas.
Por cierto, que en torno a este príncipe árabe existen también miles de leyendas. Una de ellas asegura que Abd-al-Aziz quedó tan prendado de la reina viuda nada más verla que en cuanto pudo la transformó en su esposa y en la madre de su primer hijo. Los cronistas árabes llaman a esta princesa Ailo y los españoles, Egilona; pero la verdad es que, se llamara de una u otra manera, al convertirse al Islam adoptó el nombre de Umm Asim (o sea, la madre de Asim). Otra leyenda habla de que Egilona reinó en Sevilla junto a Abd-al-Aziz hasta que éste fue asesinado por un tal Ziyad ben Udhra, y como consecuencia de la denuncia de otra dama sevillana, envidiosa del poder de la antigua reina visigoda.
Curiosamente, parece ser que fue durante los últimos días de Abd-al-Aziz cuando se acuñaron las primeras monedas con el término "al-Andalus" (que en un principio se refería a toda la "Hispania" o "Spania" conquistada por los árabes y que luego quedaría como nombre definitivo de la región meridional).
Pero ¿y qué fue de Tarif? Sencillamente, que la Historia se lo "traga" en Damasco, ya que una vez muerto Musa ben Nusary nunca más se le vuelve a mencionar. Al parecer, el vencedor de Guadalate, desilusionado y lleno de "morriña" por su amada Toledo, murió cuando intentaba regresar a España. En cambio, se sabe que al-Lakko, su caballo, al que dejó en Sevilla al embarcarse para Oriente, fue a parar a una yeguada de "al-Mada'in" (nombre que se daba entonces a las marismas del Guadalquivir) y que allí terminó sus días como semental. Ibn Hayyan asegura que esas yeguadas llegaron a encerrar en tiempos de Almanzor 3.000 yeguas de vientre y 100 sementales, lo cual no debe sorprender si se tiene en cuenta que el ejército califal estaba formado en la proporción de tres jinetes por dos infantes. Según las fuentes más fidedignas, para una campaña por tierras enemigas se formaba un ejército de 40.000 a 50.000 jinetes y de 20.000 a 30.000 infantes. En 1002, el famoso Almanzor formó un ejército todo de caballería y además llevó 700 caballos sin jinete y 50 pura sangre para su uso personal... y todavía -asegura el mismo Ibn Hayyan- pudo dejar en Córdoba otros 1.000 recién llegados del norte de África (lo que demuestra que los árabes españoles nunca dejaron de importar caballos del otro lado del estrecho). Posteriormente, y cuando el ímpetu guerrero pasó una vez de la Media Luna a la Cruz, los cristianos harían la Reconquista a lomos de animales árabes, pues no en vano muchas de las "correrías" de castellanos, leoneses y aragoneses se hicieron con el único objetivo de "robar" caballos a los jefes de los reinos de taifas.
Sobre estas "correrías" de moros y cristianos por tierras de "nadie" o en campo enemigo existen multitud de leyendas y alguna historia real, pero a quien esto escribe le encanta la de aquel conde de Cabra (o señor de Lucena) que en cierta ocasión se jugó la vida por apoderarse del caballo del qaid-al-ainma (comandante en jefe de la caballería) de un rey granadino. Según esta leyenda, el caballero cristiano tuvo que entrar disfrazado hasta las mismísimas "caballerizas" de la Alhambra y "robar" el animal con la ayuda de una princesa a la que previamente había conquistado y enamorado. Princesa que luego le devolvería su "engaño" huyendo a galope tendido y tras haberle traicionado con su propio hijo.
Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino. Ed. Compañía Literaria, S. L., 1996. Págs. 90-92.
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