viernes, 19 de febrero de 2010

Momentos del caballo, por Cándido


Hay caballos memorables, por ejemplo Babieca, Bucéfalo, Matuano, que siendo mortalmente herido en la batalla de Pavía rescató a su jinete, el marqués de Pescara, todo ensangrentado también. De niño tuve un caballo de pelo castaño encendido, allá en las Luiñas de Asturias, y muy bien habría podido decir lo que se dice en Doña Bárbara, la novela de Rómulo Gallegos: "En amor, primero mi caballo". No era un caballo como los que pintó Velázquez y luego copió Goya, pesados y deformes, quizá porque los pintores usaban de modelo maniquíes rellenos de paja que los caballos tendrían que haberse comido, sino esbelto y de sangre voladora y que trotaba como si hubiera estudiado música. Pero desde lejanos tiempos se hizo del caballo utensilio de la guerra y símbolo del poder, no del poder hacer algo, sino del poder sobre alguien. Lucrecio llama a los caballos "casta belicosa, nacida para los triunfos". En la heráldica, donde se le representa de perfil, dice al combate y al valor. En el Apocalipsis el caballo rojo dice a la sangre. En Jung, a la fuerza elemental de los instintos. En la mitología hindú, uno de los atributos del monarca universal en sus campañas es el "caballo blanco como la leche", que al igual que el caballo negro de los sueños está fatalmente ligado a la muerte, según los psicoanalistas. Casi todos los dioses de la mitología germánica van a caballo. Y el Marte romano. En las innumerables cargas de caballería que he visto en el cine siempre pregunté qué hacían allí los caballos y qué les iba en todo aquello, fuera de justificar la propia carga de caballería. El líder muestra su voluntad superior alzándose sobre las masas cuando aparece a caballo y en homenaje a su poder se esculpen estatuas ecuestres, aunque a los escultores sólo les sale bien el caballo. Esto ha sido así antes y después de la herradura, que fue inventada en la Edad Media, cuando las calzadas se hicieron intransitables. A caballo se es superior a los demás, ello anuncia la brutalidad, el sadismo a veces, de las gentes heroicas. Nadie ha esculpido a Galileo o a Einstein montando a caballo. Jesús tuvo la cortesía de montarse en un asno. Algunos hombres han creído que el dominio sobre la belleza nerviosa del caballo les facultaba, por vía de augurio favorable, para dominar a los pueblos. Escribe Erich Fromm (El miedo a la libertad) que el dirigente máximo del Frente de Trabajo de los nazis se refería a la educación de sus subordinados con estas palabras: "Queremos saber si estos hombres poseen la voluntad de mando, de ser los dueños, en una palabra, de gobernar (...) Queremos gobernar y nos gusta hacerlo (...) Enseñaremos a estos hombres a cabalgar (...) a fin de que experimenten el sentimiento del dominio absoluto sobre un ser viviente". Y Paul Preston, en su libro Las tres Españas del 36, dice que José Antonio Primo de Rivera descalificó a José Calvo Sotelo como "potencial caudillo" porque "no sabía montar a caballo". No comprendía --"y lo dijo textualmente en sus últimos meses de vida", escribe Preston-- que se pudiera ser jefe de algo grande sin saberse tener en una silla sobre "un bruto nervioso y potente al que es menester dominar con los muslos y las rodillas, con los talones (...) y con la inteligencia". Quizá el caballo más famoso sea Rocinante, que se declaraba metafísico porque no comía y así era flaco y espiritado como su dueño, vagando los dos eternamente por la pobre meseta calcinada. Hitler los habría enviado juntos a la cámara de gas.

Fuente: Artículo escrito por Cándido y publicado en la sección "Hablar y callar" (Firmas) del "Xl Semanal" de ABC, 22 de septiembre del año:¿?.

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