"Si quisiéramos esculpir al Cid -escribe el maestro Azorín en su libro La cabeza de Castilla- tendríamos que hacer varias cosas. Comenzaríamos por leer -volver a leer- La España del Cid, de don Ramón Menéndez Pidal (la mejor fuente de información en cuanto se refiere al héroe, añado yo)... Volveríamos a leer el poema como cosa fundamental... Daríamos un repaso ligero a los poetas franceses que han cantado al Cid... Nos remansaríamos con gusto en el poema Zamora, de Georges Ducroq... Tendríamos que ver también en la escultura, en la pintura, en el dibujo las obras que pudieran imbuirnos; tal vez para los momentos de dolor en el Cid nos dijera algo el rostro noble del Laocoonte, en el Vaticano... No dejaría de inspirarnos el Moisés, de Miguel Angel... Y nos embriagaríamos con La leyenda del Cid, de Zorrilla, o el gran realismo de Quintana..."Y, sin embargo, nadie se acuerda de Babieca, el caballo que bien anda, tras la "corrida" que hace el Cid a petición del rey don Alfonso. O al menos no se acuerdan los historiadores..., incluyendo al anónimo autor del Cantar de mío Cid, seco y conciso en sus últimos versos, aunque se trate de la propia muerte del personaje (Dejó este siglo mío Cid, / que fue en Valencia señor, / día de Pentecostés; / ¡de Cristo alcance el perdón! / Así hagamos nosotros, / el justo y el pecador).
¿Qué fue de Babieca durante los últimos años del Cid? ¿Es cierto que sobrevivió a su dueño y que fue él quien le hizo ganar esa batalla póstuma de la que hablan las leyendas...? Y más aún, ¿cómo era, cómo fue realmente aquel gran animal que asombraba a propios y extraños?
En primer lugar hay que ratificar varios hechos: que el Cid muere el verano del año 1099, que tan sólo dos años después Valencia aparece cercada por un impresionante ejército árabe y que el rey don Alfonso manda abandonar la ciudad levantina en mayo de 1102, tras haber roto el cerco y salvado a doña Jimena y los restos del Cid y su "reino". Ya que los "hechos" encuadran y enmarcan las leyendas. Menéndez Pidal escribe al llegar a este punto:
"El emir Al-Muslimín Yúsuf, que siempre pensaba en recobrar la ciudad del Campeador, mandó contra ella, con un fuerte ejército, al general Lantuna Mazdalí, gran sostén de la dinastía de Ben Texufín. Mazdalí cayó sobre Valencia a fines de agosto de 1101, y la tuvo en apretado cerco durante seis meses, combatiéndola de todas partes... Jimena sostuvo el cerco hasta ver agotados sus recursos, y entonces envió al obispo Jerónimo en busca de Alfonso para pedirle auxilio y entregarle Valencia..."
Pues bien, uno de estos "recursos" de Doña Jimena fue, al parecer, y cuando el cuerpo del Cid aún no había recibido sepultura, el "sacar a combate", sobre Babieca, naturalmente, el cadáver del héroe. ¿Cómo? Esto no es irracional si se tienen en cuenta tres cosas: 1) que la "silla de montar" que utilizaban los castellanos tenía un cierto respaldo posterior y como una agarradera alta en su parte delantera, lo cual, y más si ambas partes se prolongan hacia arriba, hacía que las posaderas del jinete quedasen bien ajustadas y firmes... En el canto 57, el que narra la arenga del Cid antes de la batalla contra el conde de Barcelona, Ramón Berenguer II el Fratricida, don Rodrigo dice:
Nos seguirán si marchamos;
aquí sea la batalla:
cinchad fuertes los caballos
y vestíos de las armas.
Ellos vienen cuesta abajo,
y llevan tan sólo calzas,
van sobre sillas coceras
y las cinchas aflojadas;
nosotros, sillas gallegas
y botas sobre las calzas.
2) Que Babieca estaba domado y adiestrado muy especialmente para la guerra y sobre todo por y para el Cid..., lo cual admite la verosimilitud de la leyenda, pues no puede olvidarse que aquellos animales "de guerra" estaban sometidos diariamente a un entrenamiento contumaz y duro, y 3) que la fama de "invencible" del Cid había comido el "coco" a los árabes, hasta el punto de que ni siquiera la nueva táctica guerrera de Yúsuf (el uso de elefantes, como Aníbal, y la caballería ligera) pudo con el héroe y su "arte militar".
Bien, el hecho es que aquella victoria póstuma del Cid pasó a la leyenda y que los juglares la cantaban por los caminos de Castilla cien años más tarde... sin olvidar, ellos no, al gran Babieca. Porque hablar del Cid sin mencionar a Babieca era, es aún hoy, tan absurdo como hablar de Alejandro y silenciar a Bucéfalo.
Pero ¿cómo era Babieca? ¿Negro azabache como lo pintan unos? ¿Blanco armiño como lo representan otros? Un poeta dice que "era blanquecino como el lucero a la hora en que se eleva el sol" y "orgulloso como el relámpago". Ben Jafacha (1058-1138) escribe estos versos que bien pudieran estar dedicados al equino más famoso de su tiempo:
"Era un caballo alazán con el cual se encendía la batalla como un tizón de coraje. Su pelo era de color de la flor del granado; su oreja, de la forma de una hoja de mirto.
Y, en medio de su color bermejo, surgía en su frente una estrella blanca, como las níveas burbujas que ríen en el vaso rojo de vino."
En mi criterio, y dado su origen andaluz, tuvo que ser un bello ejemplar de la mezcla berberisco-teutón-ibérico que Almanzor ensayó en las yeguadas del Guadalquivir bajo... y que se estabilizó más tarde en forma de "caballo español". "Los musulmanes enseñaron a los españoles -escribe la experta Carolina Silver- a ejercer la crianza selectiva, ya que los caballos de tipo germano-español poco podían hacer ante la fantástica agilidad de los ejemplares árabes y berberiscos. Hacia el siglo XV, en tiempos de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, el caballo español se convirtió en un animal de batalla al recibir infusiones de sangre oriental. De entonces en adelante, los caballos españoles de tipo "andaluz" se esparcieron por toda Europa, donde contribuyeron decisivamente en la mejora de muchas razas".
"¿Es un corcel lo que ha pasado ante mis ojos o una estrella fugaz, que cruzó rápida como el relámpago encendido por la tormenta? -se preguntará más tarde Ben Abi-l-Haytan, de Sevilla, ante otro noble alazán de las marismas, para responderse a continuación- : La aurora le prestó su disco como velo y huyó con él, pues le convino a maravilla. Siempre que corre es porque piensa que la aurora viene a reclamarle el préstamo; pero la aurora no le da alcance. Cuando se lanza contra el enemigo, los luceros se cansan de seguirlo y las nubes les pierden el rastro..."
Una cosa está clara: Babieca es, sin duda, el caballo de España..., aunque haya que decir de él como el poeta dijo del Cid: "¡Dios, qué buen caballo, si oviese habido buen escritor!".
Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino, Ed. Compañía Literaria, S.L., 1996. Págs.: 103-106.
Para visitar:
Babieca ya no volvió a ser montado por nadie después de la muerte del Cid y murió dos años más tarde, ya muy viejo. Sus restos descansan bajo un monolito a la entrada del Monasterio de San Pedro de Cardeña, a 10 kilómetros de Burgos.