"A lo largo de la Historia, numerosos caballos han sido exaltados por sus cualidades, por haber realizado alguna proeza determinada, o simplemente por su bella estampa. Caballo y jinete han constituido una sólida unidad, tanto en la paz como en la guerra. El hombre ha depositado su confianza y su afecto en el caballo y siempre le ha sido devuelto con creces. Por ello lo ha convertido, en figura literaria, dotándola simbólicamente de las más raras perfecciones. En este sentido mencionaremos a Rocinante, el sufrido y escuálido rocín de Don Quijote de la Mancha, fiel y sumiso compañero del caballero andante, que soportó con indecible paciencia todas las desventuras a las que le condujo el disparatado talante de su amo.
Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, constituyó un fiel compañero, brioso y fuerte, en las arriesgadas campañas del conquistador macedónico y hacia quien sentía un profundo y acendrado afecto.
El emperador romano Calígula nombró consul a su caballo Incitatus, y le edificó un palacio en Roma. Atila, el feroz invasor bárbaro, al frente de sus hordas penetró en el Imperio Romano, y de su caballo se decía que "donde posaba sus cascos no volvía a crecer la hierba". Cumplido más adecuado a su dueño que para el propio animal, seguramente uno de aquellos semisalvajes ejemplares tibetanos de los que hemos hablado al principio.
Babieca llevó a lomos al Cid Campeador en horas de desgracia y en momentos de triunfo. Hernán Cortés montado en El Morillo impresionó a los nativos como si tratara de un ser sobrenatural. Marengo, sobre el cabalgó Napoleón I en muchas de sus campañas, fue un animal sobrio y abnegado.
Y otros tantos cuyos hechos y cualidades les han proporcionado un justo lugar en la Historia de los Hombres y de los Pueblos."
Fuente: "El Caballo ayer y hoy", de José Manuel de la Prada, Ed. Plaza & Janes, 1972. Página: 58.
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